Se ha vestido
de luto la primavera adhiriéndose al
grito desgarrador de la muerte y no
bastan los minutos de silencio en las plazas ni los crespones colgados en
balcones. Se derraman lágrimas en los ritos fúnebres anta la desnaturalizada
acción de no poder asir las vidas que se han ido. Sufre el dolor ante la
pregunta sin respuesta ¿por qué?

Me pregunto
¿hacia dónde camina esta humanidad ahogada en su propio fracaso? ¿Qué males nos aquejan para el
infanticidio de dos niños?
Calles de
Campo de Criptana por las que he pasado admirando el primor y el arte de sus
gentes. Calles y plazas a la sombra de
la belleza alzada de sus molinos en la sierra, adonde en tantas ocasiones he
subido acompañada de la lealtad de mis amigos… Calles donde los niños que se
han ido, han pasado y vivido, y ante esa presencia infantil inexistente arrastro mi dolor sin artificio.
Calles y
plazas de Pedromuñoz, donde ensalcé sus mayos y pregoné su feria; por donde la
madre muerta imagino vistió su reja y
lució sus galas de manchega mayera. Las voces de los niños ahora son inaudibles
al sonido del día pero no extinguidas en
el corazón de los que los amaron y recuerdan.
Lloramos con
vosotros porque como dice la Biblia en
el libro sagrado de Eclesiastes,
hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un
tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para curar, un tiempo para
demoler y un tiempo para edificar; y un tiempo para llorar… Ahora lloramos aun cuando el dolor y el llanto
carecen de nombre ante tanto dolor en el umbral de estas muertes. Muertes que
engloban la cadena de muertes de mujeres asesinadas y de sus hijos en España.
Rechazo el exceso
de muertes. Cualquier asesinato porque
no existe razón para quitar la vida concedida por Dios a sus criaturas.
Y rechazo la
confusión de las palabras que tratan de dulcificar lo que es amargo e inhumano:
¿violencia de género? ¿O genocidio de
mujeres en nuestro mundo civilizado? Y
niños indefensos sucumbidos y suicidios casi
a diario, cuando parece que nada falta.

Morir, matar,
suicidios, ¿hacia dónde nos lleva esta ruta sangrienta?
Dos pueblos lloran la muerte de sus hijos: dos
familias conocen la tragedia. ¿Hasta
cuándo los legisladores no se decidirán
a cambiar las leyes contra el asesinato de mujeres y niños? ¿Acaso no importa demasiado en nuestra
sociedad masificada todas las mujeres asesinadas? Precisamente ahora que
estamos comunicados e informados globalmente parece que es imposible terminar con esta lacra tiránica. Asesinatos
cometidos en todos los sectores sociales dese las elites hasta las clases
populares, cometidos desde sectores
distantes de poblaciones desconocidas entre sí, pero que sí comparten cifras
escalofriantes de mujeres muertas.

Nos queda la
palabra, como escribió Blas de Otero, para seguir preguntando el porqué de
tanto dolor inútil. Nos queda a los poetas la metáfora y el grito alzado para
seguir recordando que la crueldad también existe en las esferas del poder cuando
no se uscan los medios para salir de situaciones adversas.
A las
Hijas de la Tierra silenciadas
Ha bajado la lluvia
con tristeza a los viñedos
y a tus ojos, que
guardan sombrías mañanas
sin sol en tu retina cuando tras los cristales
miras las calles
solitarias como si de la ciudad
todos se hubieran ido.
Llueve y tú caminas
en medio de ese llanto del cielo sin notarlo.
Llueve sobre pámpanas rojizas de parrales
de uvas negras; sobre
cepas vacías de racimos
que amamantaron
con su savia las uvas
convertidas en sangre de jaraíz por los rincones
de la tolva.
Te he visto exhausta, arrancada
tu esperanza entre tus
labios ajados y marchitos,
como si la tormenta de la
vida te hubiera
vendimiado el corazón y el alma
para siempre.
Hija de la tierra eres, mujer, nacida sin macula
del vientre de tu madre, tú, la que abriste
tu mirada al color del arco iris en la heredad
de tu tierra y de tu gente.
Te dejaste en el alero
de tus labios, nombres amados, junto al hombre
que te dejó herida,
llevándose los manantiales
de tu sangre en la arboleda de tus sueños
rotos.
Vencida y sin aliento,
dejas rodar
por las esquinas de tus huesos cangilones
de mostos funerales.
Emigraron de tu mirada
los cuentos de princesas felices. Con el relente
se quebró tu
cintura vesperal de diosa profana
en el jardín de
las mariposas muertas.
No debiste cruzar
jamás el predio del goce pasajero. No debiste,
Hija de la tierra,
para no sucumbir ante el amor.
Lo hiciste, y a oscuras dejas caer la lluvia de tus ojos
por todos los dinteles
donde mueren a solas
otras
hermanas tuyas. Nadie besará tus heridas,
ni limpiará tus lágrimas.
Nadie, salvo tú misma
remontará el
vuelo para encontrar otra tierra
de lluvia
mojada de ternura que te salve del odio.
Llámame cuando tus uvas sean lagar de vino nuevo.
Llámame para alzar mi copa y brindar por tu libertad
y ver florecer en
tus labios una sonrisa nueva.
Natividad Cepeda
Arte digital: N Cepeda