sábado, 9 de abril de 2016

Miguel de Cervantes: en las entrañas de los pueblos cuatro siglos después de muerto.

La distancia que hace desaparecer a las personas cuando su caminar termina en esta tierra es para algunas de ellas, el bebedero donde saciar la sed  durante siglos. Y ha sucedido que, de aquél hombre que se afanó escribiendo en medio de penas y quebrantos múltiples, el paso del tiempo le ha dado dimensión sin límites.
La oscuridad sobre él y su obra literaria se ha incrementado constantemente haciendo indagaciones no solo sobre lo que es su legado; toda su extensa obra publicada, si no también, rebuscando retazos de su vida, familia y enemigos. Y así en ese paisaje humano exiguo la fábula ha ido tejiendo un entramado por entre la arboleda de los siglos. De Miguel de Cervantes no tenemos retrato alguno verdadero; se dice que fue retratado por  Juan de Jáuregui nacido en Sevilla, 1583 y falleció en Madrid, 1641, pintor y escritor y amigo personal de Cervantes a quien defendió y retrató. Aunque ese retrato no ha llegado a poder ser contemplado y nadie sabe cuándo desapareció. Su físico es un autorretrato  escrito por el autor del Quijote  que él mismo escribió en sus Novelas ejemplares, que dice así:
“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies. Este digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha,…”  Por lo que esa imagen que vemos en libros es falsa por haberse  pintado mucho después de acaecida su muerte.
El llamado “Príncipe de los Ingenios” y la mayor figura literaria española, gracias a la novela Don Quijote de la Mancha, universalmente reconocida como la primera novela moderna; hasta hoy se admite lo que dijeron en el siglo XVIII sobre su lugar de nacimiento; siendo debatida esa “verdad” por Alcázar de San Juan, al aparecer y poseer otra partida de nacimiento con el mismo nombre y apellido. Pero admitido oficialmente el lugar de nacimiento de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares, se cree fuera el día de San Miguel Arcángel, 29 de septiembre y por lo que le impusieron ese nombre para su protección terrena, como era aplicado entre los cristianos devotos y de fe. Bautizado un 9 de octubre del 1547 en la parroquia de Santa María la Mayor, como consta en el acta de su bautismo.          
Estos y otros muchos aconteceres ha sucedido y pasado desde que ese libro universal fuera escrito por un escritor al que le faltó fama y fortuna, pero que jamás dejo de escribir y crear obras literarias. Cervantes no dudó de su talento creativo en una España vencida y empobrecida. Años difíciles para los que no podemos ni imaginar penurias y desencantos del escritor del que indagamos. Porque indagar en su vida es hurgar en el misterio que solapan los siglos. Sí se sabe que murió en Madrid en la que hoy se conoce como “Casa de Cervantes” en el hoy llamado “Barrio de las Letras “a los sesenta y ocho años, y se dice que fue diabético. Murió junto a su esposa  Catalina de Salazar Palacios, mujer incomprendida por críticos e historiadores, casi se puede afirmar que olvidada y silenciada en un afán machista y excluyente de una mujer que siempre supo esperar y amar, además de ser poseedora de patrimonio y cultura pues sabía leer y escribir, algo nada habitual en esa época.
Se asegura que Miguel de Cervantes falleció un 23 de abril del 1616; antes había ingresado en la Orden Tercera de San Francisco y amortajado con ese hábito.   Según su propio deseo fue enterrado en la iglesia del convento de las Trinitarias Descalzas, en recuerdo y agradecimiento  por ser los trinitarios los que pagaron su rescate en Argel. Diez años después  un treinta  de octubre de 1626, su esposa Catalina de Salazar fue enterrada en el mismo convento de las Trinitarias, junto a su marido.
Cuatrocientos años hace de todo aquello: y ahora cuando el silencio es olvido sobre el polvo de sus huesos se han removido tierra y sepulturas en busca de un hallazgo imposible, como si encontrar una esquirla del esqueleto de Miguel de Cervantes nos lo devolviera e hiciera mucho mejor e importante…  No olvidaré jamás mi fijación y admiración de unas cajas enormes de carne membrillo donde yo veía a Don Quijote y Sancho  Panza caminar por los  campos manchegos a lomos de Rocinante,  el caballero, y del rucio o burrito, el escudero; y al preguntar quiénes eran, mi madre   sonriendo empezar a contarme sus hazañas. Ese es el legado que Cervantes nos dejó en nuestros pueblos, por eso no ha muerto, revive cada vez que su nombre cabalga en los labios de generación tras generación sin fronteras ni tiempo.
Lo que sí me asombra y entristece es que los pueblos manchegos se dividan y peleen literariamente por competir por donde pasó, pernoctó, durmió y escribió su famosa novela: debate encarnizado y exento de veracidad ya que los estudioso del tema olvidan con demasiada frecuencia  los caminos, veredas y cañadas por donde transcurría la vida de los viajeros de esa época. Y también que una novela, por muy afamada que esta sea, es una ficción en la que el autor mezcla a su antojo personajes y situaciones; que es lo que nuestro genial Miguel de Cervantes hizo. Conmemoramos en este 2016 los cuatrocientos años de su muerte, y a mi parecer el homenaje que él preferiría sería el de leer sus obras, todas ellas, por el inmenso placer e información que nos deparan. Y no dudo que recorrió nuestra tierra y algunos de sus pueblos, sobre todo porque nos retrató en el carácter de sus dos personajes a la perfección.


                                                                                                        Natividad Cepeda


 Arte digital: N. Cepeda