sábado, 19 de octubre de 2013

Alfredo Villaverde: literatura incandescente de escritor

                   
Llegué a la estación de Atocha de Madrid,  busqué a la salida un taxi que me llevara hasta la Plaza Cristino Martos nº 1 donde el Grupo Literário “TINTAVIVA”DE Cultural Telefónica de Madrid  “VERSOS A-PALABRA 2”, inauguraba el curso con el escritor Alfredo Villaverde y la que escribe el acontecimiento. Acto presentado por los escritores  Julia Gallo Sanz y  Juan Calderón Matador. 
Antes de las seis de la tarde Madrid era un hervidero de coches colapsados  que me impedían llegar hasta los peldaños de la fuente de Cristino Martos que fue  Presidente del Congreso de los Diputados y Ministro de Estado con el General Serrano, y también con Amadeo I de Saboya y Ministro de Gracia y Justicia, en la I República  El taxista me dejo junto a la  escalera preciosa de la fuente sin que pudiera admirar sus dos delfines ni las estatuas que representan la Abundancia-tan escasa hoy- y la  que representa la Alegría – ficticia ahora por tantos descalabros sociales-. 
El reloj había consumido los minutos lo que me produjo sequedad en la garganta cuando me llegó el turno de leer y recitar. A mi lado la simpatía de Alfredo Villaverde, Julia Gallo y Juan Calderón limaron el nerviosismo del viaje junto al público asistente de nombres conocidos, muchos de  ellos de las letras españolas.
Alfredo Villaverde extendió sus libros y folios y nos fue introduciendo en su obra literaria  incandescente de escritor, con la maestría de quien tiene amplia andadura en la literatura actual. Nos adentró sin premura y sin pausa en el amor y en la nostalgia; denunció la ausencia de ética de este tiempo y nos descubrió su espiritualidad en versos universales sin ataduras religiosas, mostrándonos el lado bellísimo de la generosidad humana.
Su voz armónica y bien timbrada daba la entonación perfecta a cada uno de los versos, recitados y leídos sin engolamiento ni excesiva declamación. Pasó por los libros sus manos y su mirada como quien pasea por una atalaya desde donde se atisba la verdad, o se busca el enigma de lo que sucede en los ciclos vividos. 
Indiscutible en la creación remontó con su obra horizontes diversos leyendo libros dispares nacidos de su ingenio y también del trabajo del escritor experimentado. Nos adentró en la historia de una vieja taza de té”  Compañera fiel de amaneceres/ tras noches desveladas con tu aliento,/miro tu piel sin lustre/ al paso de los años compartidos/ y acaricio el curso quebrado de tus venas/ hasta pulsar el corazón desportillado/ donde endulcé mis sueños.


Barandal del escritor por donde se asoma a la vida y a los acontecimientos que le hacen crecer como hombre y como poeta. Porque sin conocer la obra de Alfredo Villaverde  se podría pensar por su sonrisa abierta y su aire desentendido sin prejuicios, que carece de corazón y de problemas. No es este un comentario amplio sobre su extensa obra publicada de la que otros comentaristas han escrito y escriben; es relatar, dar fe, de lo que escuché aquella tarde en Madrid, compartiendo estrado y tiempo con un castellano-manchego de la Alcarria, escritor diáfano, que nos revela en su obra el alma de las cosas al evocarlas y trasmitirlas con desazón o alegría, también con la denuncia y con el amor pasional y encendido de quien está enamorado de la vida a pesar de los trallazos recibidos. 

Y en esa arquitectura poética sin ambages  se revela  no solo la maestría del poeta, también la estirpe de la que desciende; así en el poema “El cristo singular de mis abuelos/ símbolo de dolor y redención/ presidía la vida de la casa desde el muro/ de piedra de la sala. Era una antigua talla/ venida en devoción del otro lado/ del Atlántico, herencia de una fe/  tejida en la leyenda. Mis ojos infantiles/se vestían de luto cada vez que observaban/ la piel de la madera envejecerse/bajo el humo ascendente del hogar/ y un pátina de tiempo detenido/cubría el cuerpo exangüe cual sudario/de adoración y rito./Ahora soy el custodio/de esta reliquia anclada en el hondón/de una vida que a ratos se deshace/en la memoria de este fervor de antaño./Y en los atardeceres/cuando la brisa embruja los recuerdos/y el existir se desvanece en brazos/del ayer recobrado/escucho este latir del viejo leño/que golpea en mi pecho/hasta hacer resonar la voz de Dios.


No me duelen prendas en admirar a este poeta, y agradezco escuchar y leer su buen decir porque es una dadiva que me es dada generosamente. Asimismo, escribo de un autor que discurre con sutileza por temas variados y diversos, junto con sus crónicas viajeras y su labor editorial de dar a conocer a otros escritores desde la  Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha que preside además de otras actividades desempeñadas ayer y hoy.
 Su facultad de plasmar sentimientos queda manifiesta en sus versos y en las tribunas a las que es invitado para dar a conocer su obra reconocida con numerosos premios nacionales e internacionales de incesante recorrido en ciudades extranjeras y españolas y como él mismo afirma y escribe en su libro “Trovas de un poeta enamorado”  dedicado A Neri: Alguien dijo que el amor es un estado de gracia./Otros que es un tesoro, una joya sin precio, una fascinación./ En realidad el amor es una ilusión que transforma cuanto toca…
Y en verdad que sin amor a la literatura  en tiempos de crisis monetaria y de valores los escritores no escribirían.



                                                                                                                                      Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda

                                                                         

                              






jueves, 17 de octubre de 2013

Ocurrió en Zaragoza

Final del formulario

Después de muchos años de la muerte de Ismael Molinero Novillo; cuando todo es distante y apenas sobreviven los que lo conocieron, yo me pongo a escribir mirando su sonrisa. Y siento que no entiendo las causas de aquellos años mientras camina octubre sobre uvas podridas. Huele el aire a mosto fermentado en Tomelloso, mientras los precios bajan de los caldos y suben los salarios de los que, con cansancio, cortan racimos en esta vendimia de excesiva cosecha para males de la gente del campo.



Queda en el aire el encuentro de cimientos lejanos, y algo sucede cuando escucho a mi padre, casi ciego, hablar de aquél pasado, para mi inexistente, y para él rescatado de su memoria intacta. Se han cumplido los ciclos y aunque tú Ismael, me sonríes con tus hermosos ojos desde la nueva estampa editada, para mí, sigues siendo el mismo chico que me contaban que una tarde de mayo, envuelta en lluvia, llegó de Zaragoza a dormir con los suyos el sueño de los justos.

Medito mientras pienso en mi padre y tu hermano; ancianos que recuerdan tu simpática sonrisa, cuando en la tienda llamada “El siglo” donde eras dependiente de una tienda de telas y otras prendas, al salir del colegio, mi padre se pasaba a pedirte unos globos, y tú se los inflabas de aire, y si se le rompían, y volvía a por otros, de nuevo sonreías y le dabas otro globo. Los niños, Ismael, aunque crecen en años y se vuelven torpes y olvidadizos, nunca olvidan los que les regalaron amor y buen talante. En la vejez la infancia adquiere fuerza, será porque el alma permanece lozana, sin arrugas en sus pliegues suaves.

Justamente por eso yo conocía Zaragoza unida a tu nombre. Fueron años muy duros los que ellos vivieron, nos educaron los padres santiguando la frente al ir al acostarnos, y al taparnos, dejaban un beso de cariño en el mismo lugar que nos habían bendecido. Soñábamos en ir a Zaragoza como ahora se sueña en ir a Londres o a Berlín, aunque nunca lo hicimos. Nos quedaba lejos Zaragoza y Teruel y la vida pasó, como pasa la vida, muy rápida y veloz. Ahora muchos han vuelto a traerte a la vida Ismael, no con tus apellidos, si no como Siervo de Dios, y yo miro a mi padre con sus noventa años y sus ojos nublados, y pienso, que todo esto, como escuchaba en mi niñez decir a los mayores; son cosas de Dios y nada más que de Dios.


Pero es verdad que todo ocurrió en Zaragoza, con la imagen de la Virgen encima de un pilar, base donde se asienta la fe de muchos miles de creyentes que rezaron ayer, igual que rezan hoy. Un muchacho moría y rezaba a la Virgen sin alcanzar a verla en su altar. No es fácil escribir de tu vida, aunque escuche a mi padre y a tu hermano Luis Molinero, hablar de tu sonrisa. Pero tú enamoras a sencillos y a aquellos que hablan de teología intentando escudriñar el amor que sentías.

Y cuando nos parece que todo se corrompe en medio de nosotros, volvemos al pasado, a los años del hambre que recuerdan los padres, niños de la posguerra; años de emigración igual que los de ahora, y descubro que tú, Ismael de Tomelloso, me acompañas silencioso y sereno lo mismo que en mi infancia. Ocurrió que en Zaragoza una joven muchacha, llamada Aurora, sin fronteras políticas, te devolvió a nosotros. En tus biografías pasa Aurora como pasan los ángeles, quedo y sin hacer ruido, sin ningún monopolio y después se pierde en la distancia…

Todo tú eres silencio en medio de la vida Ismael Molinero: Silenciosa es la aurora cuando rompe la noche, y cuando llego al templo y paso al Sagrario, el silencio me embarga porque también hoy Dios, sigue estando muy solo, lo mismo que lo estaba cuando con Él, tú hablabas. La en la Parroquia de San Pablo de Ciudad Real, se hablará de tu vida: una vida pequeña, de corto recorrido y largo alcance, con similitud en la falta de trabajo y en la ausencia de esperanza. Sin embargo tu pequeñez despierta alegría y las cartas que llegan desde muchos lugares distantes del mundo hasta nosotros, me hacen pensar en la inmensidad de Dios a pesar de que casi no lo conocemos. Zaragoza sigue rezando a la Pilarica, y para no cambiar todavía se ponen explosivos porque los católicos molestamos a pesar del silencio tuyo y de otros muchos que sin ruido, rezan y ayudan también en esa crisis de valores y salarios.


Probablemente cuando pase esta generación vengan otros que sigan escudriñando en tu vida y en tu ejemplo: y al igual que hoy muchos otros se pregunten que para qué hace falta escribir de tu silencio. Se olvida que desde el silencio brota la vida en toda plenitud.

                                                                                                                                 Natividad Cepeda
*Secretaria General de la Asociación para la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso



Publicado:
manchainformacion.com | 12/10/2013

DIARIO LANZA15/10/2013
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Arte digital: N.Cepeda



sábado, 12 de octubre de 2013

CARTA A JUAN ALCAIDE SÁNCHEZ

                                                                                                                                             









       Te pido un hijo, escribes Juan Alcaide, y no escribes mi nombre de mujer. Me pides que le diga cómo me llamas tú, y también como escuchas mi voz dentro de ti constantemente. 

Anegado de fiebre me pides, sin hacerlo, que me deje sembrar como la tierra deja caer el grano en su vientre fecundo. Ya sé que en tu fiebre permanezco, igual que la abrasadora sed de julio te ciñó y te amó por encima de tú llamada y tú deseo. 

Anegado de fiebre me pides, sin hacerlo, que me deje sembrar como la tierra deja caer el grano en su vientre fecundo. Ya sé que en tu fiebre permanezco, igual que la abrasadora sed de julio te ciñó y te amó por encima de tú llamada y tú deseo.

Veinte años después me sigues deseando como el sol a la aurora cada día, y me pides un hijo que te quiera por encima del tiempo. Un hijo tuyo y mío sin nieblas de llantos y penurias, sin mordazas oprimiendo los labios sedientos y llagados, llenos de amor y vida: que sobre mucha vida, para que el hijo que ansias y me debes, veinte años después de habernos conocido, el me quiera lo mismo que yo te sigo amando sin contar los días que nos han precedido.

Se levantan tus ojos, Juan Alcaide, sobre la calma intensa del verano, mientras tus versos leo y contigo rezo, a ese Dios tuyo y mío que me dejó sin ti. Y todo ha sucumbido, las norias se murieron. Ni tan siquiera  queda esa agua muerta para volver a ella y renacer de pie como  el brote que resucita al árbol que cortaron y se niega morir.
Y yo sigo esperando tu aliento legendario que lo siento en el viento cuando trae en sus brazos el olor de los campos segados; segados, que no muertos.

Pasan, Juan, los ganados por la tierra abrasada buscando lo que falta para calmar el hambre, cuando la Mancha  se alza fuerte, sin una queja, soportando en su espalda el abrazo del sol.  Y yo sigo sumando décadas de alegrías, porque de cada verso que recibí de ti me ha nacido ese hijo que tú siempre pedías.
Porque un hijo no otra cosa es, que una prenda de amor.

Seguimos arrastrando la miseria de antaño, el dolor de buscar vivir de nuestro esfuerzo y salir a los campos crucificados siempre por el  inmisericorde  destino de los débiles. Pero toda mi carne grita junto a la tuya,  y con nosotros, todos los hijos que tuvimos desquitando a la muerte su sentencia de olvido.
Porque Juan, veinte años,  tres veces, yo desquito, tú muerte con los hijos que de ti han salido. Y te juro por Dios, que todos, sin resquicio, todos, todos te quieren. Y es cierto que mi risa disipa las tinieblas porque he caminado buscando tu alegría. Con tu aliento en mis labios yo escribo esta misiva y mi sangre rubrica que un poeta no muere mientras sus versos hablen por las bocas de otros.
Un hijo me has pedido y yo a ti te pregunto, ¿cuántos hijos  te nombran?

Has llenado mis huecos, mi colchón y mi almohada de tu sangre soñada. Sabes, esta noche,  un grillo se ha caído de un remolque de trigo y resudan los campos de este calor de julio,  presiento que en mi piel y en mi pelo, cuando mañana el sol reine sobre los pueblos y los campos con su lluvia de fuego, al mediodía, Juan, te fundirás conmigo.
Porque yo amo al hombre que no teme al estío y sobre la llanura se mantiene erguido, y aunque para otros sea un perdedor, para mi es vencedor  y de él he tenido mis hijos.
Un hombre como tú, valiente y decidido que deja testamento escrito en un libro de la Cardencha en flor; tu flor de espina y fuego, Dedicatoria  final, y cuando todo fueron lágrimas  tu escribiste “Por este libro que aguardo tu beso; /que espero inútilmente tu llegada;/ que quiso de ti todo y no halló nada,/como quien busca herida y queda ileso”… Por esos versos y otros muchos, Juan Alcaide, te otorgo el beso que aguardabas.



                                                                                                                    Natividad Cepeda



   Invitada por el Escritor Juan José Guardia Polaino: Gran Mayoral  del Grupo  Artístico y Literario El Trascacho de Valdepeñas (Ciudad Real) leí la carta aquí publicada, junto con otros once poetas y escritores; bajo el título Cartas a Juan desde la noria del agua muerta,  se celebró el 14 de julio de 2012 en el Museo del Vino de Valdepeñas la XXXVIII limoná de versos alcaidianos, coincidiendo con el 61 aniversario de la muerte del poeta Juan Alcaide (12 de julio de 1951).

         Arte digital; N. Cepeda