miércoles, 17 de abril de 2013

Plenitud


                       
    
         
                                                            A Jesús

                                                               
Escribe amor en mi epidermis el vuelo de las aves
cuando cruzan por Tomelloso bandadas de vencejos
y crece el jaramago en las lindes y en las siembras.
Deja elevarse en  las  golondrinas y en las tórtolas
el nombre de los días que nos hemos amado
sin olvidar las ciudades donde  descubrimos la vida.
Dibuja amor en las caprichosas formas de las nubes 
la senda de la lluvia que hace renacer en los campos
de Marañón los brotes en los sarmientos de las viñas.



Aprecia en la besana asomarse las espigas del trigo
bajo el recio manto de la tierra y el cenit de la luz
que rezan humildemente a Dios por la cosecha.
Aspira  desde la llanura el perfume de los pinos
y el agreste aroma de las acacias silvestres en flor
creciendo junto a los jarales  encinas y  amapolas.




Deja que con el agua del aljibe florezcan los ayozos
y se multipliquen las higueras para que en el verano
nos den sombra y nos sacien el hambre con sus frutos.
Mira como la tierra se renueva frente al amanecer
con mis manos entre las tuyas en plenitud de entrega
bajo el andar del tiempo que vendimia los días sin temor.  



                                                                       

                                                                                           
 Y llega irresistible desde la orilla azul de la mañana
 desandando el río de mis años con el milagro 
de un salmo virgen en tus labios 
                                           para la sed profunda de mi Ser.




Natividad Cepeda

                                                                                       





Fotografçias y Arte digital N. Cepeda

jueves, 11 de abril de 2013

A mi Señor: Don Quijote de la Mancha



 
         Mi Señor Don Quijote:
                                             Habéis de saber que jamás tendré otro caballero que no seáis Vos. Lo reitero en ésta carta que comienza sin fecha ni día, porque todo el amor me irrumpe como un campo de amapolas en mayo.
Todos saben que mi nombre es Dulcinea; dama de mi Señor, al que también se le conoce como el Caballero de la Triste Figura, el mayor defensor de los oprimidos, el único idealista que no se cansa de cabalgar por encima del tiempo para imponer justicia allá donde no la hay.
Vos, no ignoráis que solo nací para amaros y ser amada por vos.
Sin vuestro nombre en mis labios mi existencia no tendría razón de ser.

Los dos nos hallamos en un espacio sin tiempo terrenal, inermes, ante la profunda sed de nuestro amor.
Dicen los muchos viajeros que sois un loco echado a los caminos para desfacer entuertos, que de tan locura estáis llenos que se duda de mi existencia. Pero mi Señor; los rumores de nuestro amor se extienden como polen y son muchos,
 -mujeres y hombres- los que nos envidian. Tú eres para mi distancia y tiempo de geografía dilatada, y se condensa mi amor por detrás de la tarde y, fugitiva de lo que me rodea, me interno en tu voz y en tu figura  masculina. 
Así, te imagino cansado, detenido al repecho de un derrumbado hastial, mientras nuevos y jóvenes lectores dejan sus libros de texto y leen tus aventuras.
Yo en estos días de comunicación desorbitada y febril, donde la prensa, destaca las muchas muertes de mujeres a manos de malos hombres, me refugio en tu conmovedor amor y cierro mis ojos para guardar dentro de mi soledad vuestra mirada.
Me enamoré del azul transparente de las tardes manchegas hace ya mucho tiempo: dicen que la Mancha es un mar de llanura por donde los sueños navegan...  como perdida me quedo desmigando nuestros muchos naufragios, mirando la ciudad con los rostros que en ella deambulan. Todo cabe entre sus paredes y sus calles, el deseo de recibir una caricia sin testigos frente a la tarde que adolece de luz. Y en el juego de luces crepusculares dejar que vuestra ausencia se desvanezca y me asistan vuestras manos, su tacto  y su temblor, sentirlas por mi piel  como una procesión de estrellas primerizas.

Por eso ahora turbada, llena de eternidad y de misterio escribo esta carta empapada de tiempo. Tiempo cosido a tus aventuras, a la inmensidad de tus hazañas, a tu doliente grito enfrentado a tanto malandrín que puebla nuestro mundo, y nos mancha la dignidad, y nos ensucia  la alacena cuando desde la televisión, nos dicen que la sangre de un cuerpo de mujer ha vuelto a oscurecer el sol.
Yo, que solo por vuestro amor fui llamada bella, emperatriz y señora, princesa y dama a la que desde entonces cantan los trovadores y poetas, os escribo desde la niebla de los días, entre este jirón de vida que nos asiste, y nos hace coincidir en este nuevo siglo, para así demostrar que los milagros aún son necesarios y precisos, porque sin ellos el camino al futuro sería un triste funeral, una tumba donde ni la yerba crecería porque se me hiela la sangre ante  tanta miseria y destrucción.

Mi buen amor, mi señor, don Quijote, en estos días os digo que me siento como un ángel sin alas, roto, y cubierto de sangre que me llama y reclama, que os suplique, que por Dios, vengáis de donde estéis a defender a tantas pobres mujeres maltratadas, ultrajadas, vejadas, violadas, asesinadas como si el fruto de aquella manzana primigenia aún nos pasara cuentas... Sé que solo vos, defenderéis a esas damas sin hacerles preguntas, sin repasar sus vidas, sin pensar que alguna se lo tenía merecido.
¡Oh, Dios! no sé,  las que ahora están amenazadas dónde podrán hallar cobijo. No lo sé, y me siento yo misma por ellas perseguida, y me duele la memoria de pensar en tantos nombres olvidados, y me tiemblan las manos cuando rezo por ellas...
Por eso mi señor don Quijote, os escribo esta carta, que sin fecha ni dirección os mando, para así calmar mi dolor y mi impotencia, y siento que por mis venas galopan el miedo y el dolor que junto a mi corazón llora por tanto amor asesinado. Cuando la recibáis, Señor Hidalgo, no dudéis en volver del más allá, las damas de hoy en día os reclamamos vuestra ayuda, y no es que todos los hombres sean malvados y perversos, no señor, pero algo de valentía y de coraje, sí que les falta para de una vez por todas acabar con  tantas muertes y hacer causa común y no mirar para otro lado...

Venir, mi amor, para no tener ángeles negros en los labios  dejándolos helados: para  derretir al frío;  este frío que cada día es más frío y tenebroso.

Venir, para dejar en las manos de las mujeres ramos de flores. Flores que sean recibidas por ellas, como tributo de amor, y no sean flores de mortaja y de adiós. Llegar,  para que esta arisca realidad termine, para que en la besana de la vida el luto no se convierta en algo cotidiano.
De verdad mi Señor, que ahora más que nunca necesito vuestros brazos, dejarme abandonada en vuestro pecho, escucharos, hablar, y comprender, que la nobleza de la estirpe masculina aún persiste, porque quiero volver a amar y en el rellano de mi sangre no sentir la violencia de la muerte; sentir que el amor es poderoso y que gracias a él  los buitres infernales del crimen  se disipan.
                                                                             Al borde de vuestro amor y mi esperanza esta mujer a la que llaman Aldonza y Dulcinea os  espera.


Abril:
en homenaje a Miguel de Cervantes.


                                                                                                    Natividad Cepeda 

Arte Digital: N. Cepeda